Albherto's Blog
Argonauta, en busca del Vellocino de Oro. Una navegación diaria por la blogosfera… ¡ y hasta aquí puedo escribir !

30.- Salmideso y las Harpías

 
 
Las Arpías (o Harpías) son genios de la tempestad, monstruos dañinos con forma de ave, cabeza de mujer y afiladas garras. Descienden desde las nubes emitiendo un chillido horrible, solo precedidas por una repentina ráfaga de viento o un relámpago, más rápidas que el viento del Oeste. Son los mastines de Zeus, siempre preparadas para el rapto y el robo.
Después de pasar por algunos países, llegaron a Salmideso donde encontraron a Fineo, ciego y adivino, al que los Argonautas ayudaron a deshacerse de las Harpías, monstruos voladores con rostro de mujer, garras y alas, que, cumpliendo un castigo impuesto por los dioses, impedían que Fineo pudiera alimentarse. Fineo, en agradecimiento, informó a los Argonautas sobre el camino a seguir hasta la Cólquida y además les dijo cómo podían superar el peligro que les esperaba al llegar a las Rocas Azules, dos enormes peñascos flotantes en continuo movimiento que chocaban entre sí aplastando a todos los que pretendían pasar entre ellas.

Hay dos Arpías (aunque algunos autores añaden una tercera), hijas de Taumante y la ninfa del océano Electra. Sus nombres varían, aunque por lo general se trata de términos significativos que hacen referencia a sus habilidades: Aelo (vendaval), Nicótoe (victoriosa corredora), Ocípete (ala suave)… La leyenda más difundida acerca de estos seres cuenta cómo le amargaban la vida a un rey de Tracia llamado Fineo.

A Fineo, que había aprendido del dios Apolo el secreto de la profecía, Zeus le envió las Arpías como castigo por revelar misterios divinos. Cada vez que Fineo se disponía a comer, ellas se dejaban caer desde el cielo y le arrebataban del plato los manjares, dejando tan solo unas migajas, las suficientes como para que el rey sobreviviese durante otro día más de tormento.

La casual llegada de los Argonautas a su reino permitió a Fieno deshacerse de las Arpías, ya que estos accedieron a librarle de ellas a cambio de conocer el camino que debían seguir.

Se preparó como cebo un gran banquete que fue dispuesto frente al rey. En cuanto las Arpías aparecieron por el aire, dos de los argonautas, los hijos de Boreas, Zetes y Calais, quienes también tenían alas, desenvainaron sus espadas y salieron en persecución de los monstruos. Estaba escrito en el Destino que o las Arpías perecían a manos de los Boreadas o estos morirían en su caza.

La historia tiene varios finales…

Según una versión, los hermanos sucumbieron en el intento de acabar con las pérfidas aves, otra cuenta que lograron alcanzarlas: la primera cayó derribada en un río llamado desde entonces Harpís.

La segunda llegó a las islas Estrofíades o islas del Regreso, pero murió agotada por el esfuerzo realizado, al igual que su perseguidor.

Una tercera versión afirma que el dios Iris intercedió a favor de las Arpías cuando estaban a punto de ser alcanzadas, pues a fin de cuentas eran servidoras de Zeus. Para salvar su vida, estas prometieron dejar en paz a Fineo. Desde entonces se esconden en una oscura caverna de Creta.

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 Después de acabar con los Bébrices, una tempestad los desvió de sucamino, pues acabaron en las frías playas de Tracia, al norte de Grecia.Al desembarcar les sucedió una cosa curiosa: encontraron a un anciano ciego que se lamentaba amargamente de su suerte. Cuando los griegos le preguntaron qué le pasaba, Fineo (pues el anciano se llamaba así) respondió que los dioses lo habían condenado a morir de hambre. Los griegos le ofrecieron de su comida, pero Fineo les dijo que eso no le valdría para nada. En efecto, tan pronto como le hubieron puesto delante la comida, aparecieron volando unos horribles seres, mitad pájaros, mitad mujeres, como las Sirenas, pero que no tenían nada que ver con ellas. Se trataba de las horribles Harpías, monstruos horribles que, como aves rapiña, robaban la comida y llenaban de excrementos todo lo que no se podían llevar. Ese era el castigo de Fineo. Entonces los Argonautas decidieron librar al pobre viejo de esta maldición: dos de los marineros de la Argo, Calais y Zetes, eran hombres alados, que entablaron un singular combate aéreo con las Harpías, a las que terminaron venciendo y espantando para siempre. Fineo, agradecido, quiso devolver a sus salvadores el favor. Cuando supo que éstos se dirigían a la Cólquide, les dijo que tendrían que atravesar las misteriosas Rocas Azules. Los Argonautas temblaron al oírlo, pues todos sabían que los barcos que habían intentado pasarlas no habían vuelto jamás. Pero Fineo conocía el secreto para cruzarlas sanos y salvos, y se lo contó a los Argonautas.

Gracias a él, los griegos pudieron llegar al misterioso país del rey Eetes.

HARPIAS

Estos genios alados eran hijas de Taumante- a su vez hijo de Ponto (el Mar) y Gea (la Tierra)- y de Electra, hija de Océano; hermana suya era Iris, la mensajera de los dioses. Pertenecen por tanto a la generación divina preolímpica, como las erinias.
       Son, como las sirenas, monstruos femeninos híbridos, mitad mujer mitad aves, provistas de agudas garras. Se suelen mencionar dos: Aelo, «viento tempestuoso» y Ocípite, «vuelo veloz», aunque a veces se menciona una tercera, Celeno, «nube tormentosa». Su morada en las islas Estrófades, en el mar Egeo. Temibles raptoras de almas y niños- de ahí su nombre-, se las representa a veces sobre las tumbas, apoderándose del espíritu del muerto y llevándoselo en sus garras.
       La leyenda en al que desempeñan el papel más destacado es la del rey Fineo, a quien los Argonautas liberaron de la persecución de estos monstruos. En efecto, cuando Jasón y sus compañeros hicieron escala en Tracia, encontraron a su rey bajo el peso de una terrible maldición: Fineo, que era adivino, había osado penetrar ciertos secretos y Zeus, para castigar su atrevimiento, no solo le había dejado ciego sino que además había ordenado a las Harpías que le acosaran sin piedad, de tal modo que cada vez que el rey intentaba alimentarse estas se lanzasen sobre sus viandas y se las arrebataban o bien las ensuciaban con sus excrementos. Fueron los dos hijos de Bóreas, Calais y Zetes, miembros de la expedición, quienes consiguieron expulsar definitivamente a los monstruos, librándole de la maldición. En agradecimiento, el rey reveló a los Argonautas cómo proseguir su periplo.
       Por último, una tradición refiere que las harpías, unidas al dios-viento Céfiro, habrían engendrado a los dos caballos divinos de Aquiles y a los de los Dioscuros, Cástor y Pólux, reputados por ser tan rápidos como el viento.Lengua
       En la lengua española existen dos ortografías distintas para esta palabra: arpías y Harpías, aunque suele preferirse el uso de la primera forma. El nombre genérico de estos monstruos míticos, utilizado en singular como nombre común, arpía, designa en sentido figurado a una persona de carácter desabrido, malvado y rapaz y debe relacionarse con otros nombres comunes del mismo registro procedentes de la mitología como, furia o hidra. Resulta curioso observar que todos ellos han dado lugar a formaciones expresivas del tipo ponerse como una. (arpía, furia, hidra), que son prácticamente sinónimas y significan enfadarse de forma violenta, con la diferencia de que la expresión ser una arpía se aplica exclusivamente a las mujeres.
       Por otra parte, el término arpía, como el de furia, designa también a un género de murciélagos.
 
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Fineo, Las Harpías y los Boréadas
Fineo tendido en el lecho junto a su esposa, mientras las Harpías arrebatan la comidaApolonio Rodio, Las Argonáuticas II, 167 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
… Ellos, cuando lo vieron, se agruparon en derredor asombrados. Entonces él, tomando aliento a duras penas de lo alto del pecho, les habló con sus profecías:

«Escuchad, los más eminentes de todos los griegos… Por Zeus Suplicante, que es el más temible para los hombres culpables, por Febo y por la propia Hera, la que entre los dioses sobre todo vela por vuestro viaje, os lo ruego: socorredme, librad de la afrenta a un hombre desdichado y no partáis, abandonándome sin compasión en tal estado. Pues no sólo en mis ojos pisó la Erinis con su pie y arrastro una vejez que se devana interminablemente. Además de estas desgracias se cierne sobre mí otra desgracia, la más amarga.

Las Harpías me arrebatan la comida de la boca, precipitándose desde algún lugar imprevisto para mi perdición. Y no tengo recurso alguno de auxilio, sino que a mi propia mente pasaría inadvertido el deseo de comer más fácilmente que a aquéllas, tan rápido vuelan por los aires. Y si acaso alguna vez me dejan un poco de alimento, éste exhala un fuerte hedor repugnante e insoportable. Ninguno de los mortales resistiría acercarse ni un instante, ni aunque su corazón estuviera forjado de acero. Pero a mí, ciertamente, la amarga y funesta necesidad me obliga a quedarme y, quedándome, a llevarlo a mi maldito estómago. Mas está predestinado que las detengan los hijos de Bóreas; y no son extraños quienes me protegerán, si en verdad yo soy Fineo, el otrora famoso entre los hombres por su prosperidad y su arte adivinatoria, y fue Agénor el padre que me engendró, y a la hermana de éstos, Cleopatra, cuando yo reinaba entre los tracios, la llevé a mi casa como esposa a cambio de regalos.»

Habló el Agenórida. Y una profunda compasión se apoderó de cada uno de los héroes, y en especial de los dos hijos de Bóreas.

Tras enjugar sus lágrimas se acercaron ambos, y Zetes dijo así, tomando en su mano la mano del afligido anciano: «¡Ay, desdichado! Ningún otro de los hombres, lo afirmo, es más infeliz que tú! ¿Por qué tantas desventuras te tienen encadenado? Sin duda faltaste a los dioses con funesta imprudencia, por conocer las adivinaciones. Por ello están muy enojados contra ti. A nosotros el espíritu se nos llena por dentro de espanto, aunque ansiamos socorrerte, si realmente la divinidad nos ha reservado este privilegio a nosotros dos. Pues bien claros son para los humanos los castigos de los inmortales. Y no podríamos detener a las Harpías cuando vengan, por mucho que lo deseemos, antes de que hayas jurado que a causa de esto no seremos odiados por los dioses».

Así habló. El anciano elevó hacia él, abiertas, sus pupilas vacías y le respondió con tales palabras: «¡Calla! No pongas en tu pensamiento esas cosas, hijo mío. Por el hijo de Leto, que benévolo me enseñó las adivinaciones; por el Hado de maldito nombre que me tocó, y esta nube cegadora sobre mis ojos, y los dioses del infierno -que éstos no me sean propicios tampoco en la muerte-, juro que no habrá cólera alguna de parte de la divinidad a causa de vuestra ayuda.»

Ellos dos entonces, tras los juramentos, ansiaban protegerlo. Al punto los más jóvenes tuvieron dispuesto el banquete para el anciano, última presa de las Harpías. Cerca se colocaron ambos, para atacarlas con sus espadas cuando se abalanzaran. Y tan pronto como el anciano tocó la comida, al instante aquéllas, cual inesperados vendavales o como relámpagos, saltando de las nubes de improviso se lanzaron con su aullido, ávidas de alimento. Los héroes al verlas gritaban entre tanto. Y ellas con sus alaridos, tras devorarlo todo, volaban sobre el mar allá lejos. Y quedó allí un hedor insoportable. A su vez en pos de ellas los dos hijos de Bóreas, apuntando sus sables, corrían detrás. Pues Zeus les había infundido un vigor infatigable; pero sin Zeus no las hubieran seguido, ya que siempre volaban raudas como los vendavales del Céfiro, cuando iban junto a Finero y volvían del lado de Fineo. Como cuando en las montañas perros de caza adiestrados corren siguiendo el rastro ya de cornudas cabras ya de corzos y, afanándose detrás a escasa distancia, en el extremo de sus quijadas entrechocan inútilmente los dientes; así Zetes y Calais, apresurándose muy cerca de ellas, las acosaban en vano con la punta de sus manos. Y sin duda, contra la voluntad de los dioses, las habrían destrozado tras alcanzarlas muy lejos sobre las islas Plotas, si no los hubiera visto la rápida Iris y hubiera saltado desde el cielo a través del éter y con tales advertencias los hubiera detenido:

«No es lícito, hijos de Bóreas, atacar con vuestras espadas a las Harpías, perras del gran Zeus. Yo misma os prestaré juramento de que nunca más irán a acercársele».

…Entre tanto los héroes, tras haber limpiado por completo en derredor la sucia piel del anciano… Y después de preparar una gran cena en el palacio, se sentaron a comer… En medio de ellos, junto al hogar, estaba sentado el propio anciano y les indicaba los términos de su navegación y el fin de su viaje:

«Escuchad, pues…

Tras partir de mi lado veréis, lo primero de todo, las dos Rocas Cianeas en los estrechos del mar; os aseguro que nadie las ha esquivado atravesándolas, pues no están afianzadas en profundas raíces; sino que repetidamente van a juntarse chocando la una contra la otra, por encima abundante agua del mar se encrespa borbotando, y con fragor brama en torno a la escarpada ribera.

La nave Argo se aproxima a las Simplégades

Así que ahora obedeced mis advertencias, si de verdad marcháis con ánimo prudente y respeto de los bienaventurados, y no os encaminéis de modo insensato a perecer inútilmente en una muerte voluntaria, llevados por vuestra juventud. Os recomiendo que probéis antes con una paloma como augurio, soltándola de lejos por delante del navío. En caso de que a través de las rocas mismas escape a salvo hacia el Ponto con sus alas, tampoco vosotros os detengáis ya por mucho tiempo en vuestro camino. Sino que, afirmando bien los remos en vuestras manos, surcad la angostura del mar, ya que la salvación no estarán tanto en las plegarias como en la firmeza de vuestras manos. Y así, dejando lo demás, esforzaos del modo más eficaz con valor. pero antes no os prohíbo que supliquéis a los dioses. Mas si volando derecha pereciese allí en medio, disponeos a volver, ya que es mucho mejor ceder ante los inmortales. Pues no escaparíais al funesto destino de las rocas, ni aunque la Argo fuera de hierro.

…Y se dirigieron con el viento hacia el voraginoso Bósforo… Al otro día ataron amarras enfrente, en la tierra de Tinia [la orilla europea del Bósforo, donde luego estará Bizancio].

Allí en la ribera tenía su morada el Agenórida Fineo, quien de entre todos los hombres sin duda padecía las desgracias más funestas a causa del don profético que antaño le concediera el Letoida. Ni lo más mínimo se recataba en revelar con exactitud a los hombres incluso la sagrada voluntad del propio Zeus. Por ello precisamente le envió una prolongada vejez y le arrebató de sus ojos la dulce luz. Y tampoco le dejaba disfrutar de los incontables manjares que siempre los vecinos acumulaban en su casa cuando consultaban sus vaticinios, sino que las Harpías, precipitándose de repente a su lado a través de las nubes, se los arrancaban de la boca y de las manos con sus picos continuamente. Unas veces no le quedaba ni lo más mínimo de alimento; otras veces un poco, para que siguiera viviendo en su aflicción. Y por encima esparcían un hedor repugnante. Nadie soportaba no ya llevárselo a la boca, sino mantenerse a distancia; tal hedor exhalaban los restos del banquete.

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